La siguiente semana transcurrió con bastante normalidad… Poco a poco íbamos adaptándonos a la vida guineana y sintiéndonos más en casa. Dábamos nuestras clases por la mañana, con más orden y seguridad en nosotros mismos. Y talleres por la tarde, preparando las obras de teatro y bailes que se representarían el viernes, haciendo manualidades, jugando al fútbol…
Nos íbamos conociendo más entre nosotros, haciendo grupitos, buscándonos los unos a los otros, encontrando momentos que compartir, integrándonos en la cultura a través de profesores y gente que íbamos conociendo… Algunos salían a correr cuando acababa la jornada y empezaba nuestro tiempo libre. Las niñas hacíamos books de fotos y nos íbamos a dar paseos por Bata… y disfrutábamos andando por la playa y viendo la caída del sol desde el paseo marítimo.
Desde entonces, nunca he vuelto a mirar un atardecer (y menos si es africano) sin acordarme de cierta amiga que ha convertido ese momento del día en MAGIA.
Por las noches seguía nuestra rutina de hacer la cena, sentarnos y recoger por cursos. Mientras el resto aprovechaba para preparar las lecciones acompañados de nuestros frontales y haciendo frente al ataque de los mosquitos. Pero siempre, siempre, antes de que Mar nos mandara “a dormí” disfrutábamos de un rato lleno de “mimos”, confesiones, risas… y lo que parecía un pulso por ver quién era el último en irse a la cama ya que nadie quería perderse nada.
Y durante la semana, en el tiempo que los demás dedicábamos a dar clase, Jaime preparaba la siguiente excursión que pintaba muy, pero que muy bien. Cuando lo tenía todo más o menos cerrado me contó cómo sería el plan, me enseñó un mapa que había preparado junto a gente local para que viera el recorrido que íbamos a hacer y me explicó todo lo que dejaba preparado para que yo metiera en el coche el viernes cuando acabaran las representaciones, mientras él traía otros dos coches más que íbamos a alquilar. No había dejado ningún detalle sin atar.
La nueva aventura consistía en recorrer la costa en tres 4×4 (+ los profes que venían con nosotros en su furgo) y dormir acampando en la playa.
Así que, dicho y hecho. Llegó el viernes y todos seguimos instrucciones. Al acabar la mañana y despedirnos de los niños hasta el lunes, subimos nuestras mochilas a la Pick Up de cole, preparamos bocadillos, y nos sentamos a esperar a Jaime… El tiempo pasaba y pasaba y él no llegaba, así que intentábamos distraernos haciendo fotos y jugando con los niños que seguían pululando por el cole.
Un par de horas más tarde de lo previsto, y seguramente después de alguna Jaimitada que no recuerdo del todo bien, nos pusimos por fin en marcha. La idea era que Jaime fuera en un coche, Jesús en otro y yo en el tercero. Un coordinador en cada uno, por cualquier cosa que pudiera pasar. Pero mi absoluto pánico a los coches hizo que Jaime se replanteara esa opción y acabé yendo en el mismo coche que él, que iba marcando el camino. Detrás, Torrente conducía otro de los coches y Miguel/Borja el tercero.
Primer momentazo del viaje:
Jaime a Ale: Has cogido X?
Ale: nooo
Jaime: no me lo creo! Y Z??
Ale: tampoco
Jaime: Y todo lo que te dejé preparado?
Ale: No es lo que hemos metido en el coche?
Jaime: Nooooo. Y entonces qué has hecho?
Ale: Subir las mochilas a la Pick Up (al cabo de un rato… todas las mochilas se caían por el camino!! Ni siquiera las habíamos atado!!)
Aquel principio ya vaticinaba que el fin de semana no iba a salir cómo lo habíamos planeado, pero nos lo tomamos con humor y para compensar aquellos despistes, decidimos ir haciendo “paradas técnicas” por el camino y recargando energía…
El “DIVERTICOCHE”, como lo bautizamos sus integrantes por lo animados que íbamos cantando a todo volumen y riendo sin parar, avanzaba entre la selva y por caminos de arena a una velocidad que para mí se parecía bastante a volar, dejando pueblecitos mínimos con sus casitas de madera o chapa de colores y levantando polvo a su paso, obligando a quiénes nos seguían a ir a una distancia bastante moderada.
Recuerdo perfectamente aquel momento, el subidón de adrenalina pidiéndole a Jaime (para su sorpresa) que acelerara y sentir que era ABSOLUTAMENTE FELIZ!!
Cuando llegamos al pueblito en el que íbamos a pasar la primera noche, nos bajamos del coche y nos pusimos a bailar con los componentes del segundo (Torrente) que nos pisaba los talones y llegó justo detrás de nosotros.
Pero pasaba el tiempo y el tercer coche no llegaba, así que Jaime dio media vuelta y fue a buscarles descubriendo que se habían salido de la carretera y chocado contra un árbol no muy lejos de donde estábamos.
No les había pasado nada “grave”, pero el susto que se habían llevado era importante. Así que después de venir a contarnos lo que había pasado y tranquilizarnos a los demás (bastante difícil después de ver el estado de nervios general que traían y que algunos tenían golpes y no se encontraban especialmente bien), Jaime decidió volver con ellos al colegio y pasar por el médico para asegurarse de que nadie tenía nada importante.
Mientras, el agobio absoluto se apoderó de mí. Algunos fueron a un río que había cerca a bañarse y el resto nos quedamos comentando lo que había pasado. Mi euforia y adrenalina cayeron en picado… Nos instalamos en una casita que nos habían dejado y nos repartimos en habitaciones y sofás como pudimos. Yo me quedé un rato hablando con Pati fuera y después me metí con Belén y María en una habitación, las tres compartiendo cama, desahogos e intentando echar a alguno que seguía con ganas de juerga. Como no me podía dormir, salí de la habitación un rato y probé un BOMBÓN guineano que había por allí, pero no tardé mucho en volver a la cama porque el susto me había dejado con un buen bajón y estaba agotada.
Amanecí escuchando a Jaime hablar, así que me levanté como un resorte ávida de noticias… Los “niños” (como yo llamo ya a “mis voluntarios”) estaban bien. Algún moratón, contractura, etc… pero en general, bien. (ALIVIO)
Pero teníamos un problema: un coche alquilado con un golpazo y que había que remolcar de vuelta. La excursión se suspendía y volvíamos todos al colegio. Primero Jaime, Jesús y Torrente, que pusieron rumbo a casa en dos coches, y por el camino pararon a señalar el lugar en el que el “Scoutycoche” había chocado (el nombre se lo debe a Borja, el voluntario que lo conducía y que era scout). Y después de recoger y darnos un bañito en el río, ya que no teníamos prisa, volveríamos el resto.
Pero la suerte no nos acompañaba ese fin de semana, y el motor del coche que sí funcionaba y remolcaba al scoutycoche gripó. Así que mientras Jaime y Jesús buscaban una solución, Torrente daba media vuelta para avisarnos, ponernos en marcha e ir a buscarles dónde les había dejado.
Ya sólo teníamos dos coches que funcionaban; la pick up del colegio y la furgoneta del colegio. Alviro decidió conducir la Pick Up y abrir camino con Pati, Torrente y Santiago (uno de los profesores que nos acompañaban y a quién desde ese día llamamos “cabeza de hierro”) mientras los demás les seguíamos desde bastante atrás con la furgoneta de los profesores.
El no llevar gafas en ese momento y no ver de lejos hizo que la frase “ale, no te preocupes, por lo menos salen andando por su propio pie” me alarmara mucho más de lo que nunca podré describir!!!!
Cómo que salían andando por su propio pie??? Es que podrían no hacerlo???
Otro golpe!! Este mucho mayor que el anterior!! Pero la velocidad y la buena reacción de Álvaro Torrente hicieron que no nos diera tiempo a pensar mucho. Rápidamente abrió las puertas de la furgoneta cuando llegamos a su altura y nos dijo “No os preocupéis, la herida es muy aparatosa, pero estoy bien. Sólo necesito que os bajéis 3 del coche y nos dejéis subir para que nos lleven al hospital”.
Nos bajamos María, Belén, Pablo y yo. Y mientras Pablo hacía cálculos sobre el tiempo que alguien iba a tardar en venir a buscarnos (estábamos sin cobertura, cada uno en un pueblo distinto, varios coches rotos, uno de camino al hospital…), yo miraba la cantidad de botellas de agua (que habíamos comprado para el fin de semana) y cristales extendidos por el camino de tierra rojiza, y el estado en el que había quedado el coche y sólo podía pensar: cómo han salido de aquí???
Jaime tardó como 5 minutos en aparecer a lo lejos… Estaba en el siguiente pueblo y había visto pasar la furgoneta con “los heridos” que le habían contado lo que había pasado y que nosotros nos habíamos quedado atrás. Casualidad de la vida… En ese mismo pueblo Jesús se había encontrado a unos amigos españoles que había conocido de la época en la que vivió en el interior, así que vinieron a buscarnos.
Todos juntos, sin poder volver y dejar los 3 coches atrás, estuvimos viendo qué podíamos hacer… Las horas fueron las más lentas de mi vida. Y por si fuera poco, en mitad de aquél panorama, recibí una llamada del Padre Willy avisándome de que estaba llevando a Gabriela al aeropuerto para que cogiera un vuelo de vuelta a España.
El colapso cerebral de aquel día es indescriptible. Pero por suerte tenía a mi lado a los mejores amigos que podía desear. Grandísimos apoyos que aún a día de hoy son un pilar de mi vida.
Una anécdota graciosa en medio de todo este día eterno y agobiante fue el descubrimiento que hicimos Belén y yo cuándo pedimos que nos indicaran dónde había un baño, que resultó ser una única habitación con dos WC, uno al lado del otro. Situación absurda y cómica que por lo menos nos hizo reír un rato.
Todo el proceso hasta volver al colegio no lo voy a describir porque me parece demasiado. Sólo contaré que al llegar nos pusieron al día de la situación de los que iban en la Pick Up (esguince, cicatriz de bastantes puntos y contusiones varias…). Pati y Torrente danzaban por ahí con sus cojeras respectivas pero en perfecto estado y Alviro estaba en la cama agotado del susto y las contusiones. Pero también bien, dentro de lo que cabía.
Al día siguiente, todavía domingo (ese fin de semana parecía no tener fin), Jaime se quedó en el colegio con ellos 3 y el resto nos fuimos a la playa de Bome a desconectar de lo que había pasado y relajarnos un poco.
Fue un día lleno de risas, con Jesús imitando a Jaime al descubrir que una Ceiba es un Baobab, Borja haciendo boquetes, bañándonos en un laguito que había entre la selva y la playa, haciendo fotos… y viendo ese atardecer que tanto me hipnotiza!!
Pero la noche llegaba llena de cotilleos (de un lado a otro de la mesa, como se convirtió en costumbre entre nosotros dos) y de incógnitas que yo le planteaba a Jaime desde el otro lado de su mosquitera (que sacó al terreno del colegio para dormir al aire libre) después de invadirle María, Belén y yo: cómo íbamos a organizar esa semana las clases con 4 bajas (Gabriela + 3 heridos)?? Qué íbamos a hacer con los coches?? Cómo íbamos a solucionarle el problema a su dueño?? Y un largo etcétera…
Pero eso… tendrá que esperar hasta el siguiente capítulo!