Para el primer fin de semana Jaime había organizado una excursión a la reserva natural de Monte Alén, situada en Niefang, aproximadamente a 65km de Bata.
Así que el sábado, después de desayunar, recoger nuestras cosas y la compra, y de haber cocido la pasta que nos llevaríamos para la cena (dato que recuerdo a la perfección porque a pesar de no ser una gran cocinera, el señorito se había empeñado en que hiciera mi ensalada de pasta ese fin de semana, y me costó un buen rato averiguar cómo se encendían los fuegos de esa cocina en la que, como ya contaba en capítulos anteriores, pasé mucho tiempo “haciendo compañía” más que cocinando), nos dividimos, junto a algunos profesores que se apuntaron al plan, en dos furgonetas y pusimos rumbo a nuestro destino. Hicimos varias paradas por el camino, cosa que agradecí enormemente porque en mi furgoneta hacía un calor de infierno y las ventanas estaban rotas, así que no podíamos abrirlas… Gasolinera, botellas de agua mineral para todo el finde, tarjeta de recarga para los móviles, paso fronterizo y puesto en el que encontramos el famoso mono.
Estas dos últimas paradas requieren explicación: el paso fronterizo porque, por algún motivo que desconozco, en Guinea Ecuatorial tengo mucho más éxito que en España (jejejeje) así que más de una vez le ofrecieron a Jaime que me quedara a cambio de que el resto pasara (nueva demostración del machismo existente en el país, en el que no sólo el hombre es el único que tiene poder de decisión sobre el futuro de la mujer, sino que además éstas pueden ser usadas como moneda de cambio). Y la última fue porque mientras conducía divisó un puesto de venta de productos congelados del que además colgaban varios monos. Segunda Jaimitada: “porqué no cenamos mono????” Así que nos bajamos a comprar uno, y me tocó una buena carrerita intentar evitar que lo metiera en nuestro maletero… pero obviamente salió ganando él.
Después de unas horas de camino (por supuesto allí las carreteras no son como aquí y por lo tanto tampoco las velocidades), llegamos a un hotel que a día de hoy está abandonado pero que había conseguido que nos abrieran para alojarnos ese fin de semana. El hotel constaba de una zona de casitas en la parte baja, y subiendo una cuesta bastante empinada, un edificio de dos pisos con un montón de habitaciones con su baño dentro, cocina, salón… (sin electricidad ni agua corriente) y lo mejor: unas vistas impresionantes!!!
Nada más llegar coincidimos por casualidad con una vista que la Ministra de Cultura y Turismo estaba haciendo al Parque, así que aprovechamos para presentarnos, contarle lo que estábamos haciendo en Guinea y hacernos una foto con ella.
Luego empezamos a subir la famosa cuesta, que como su nombre indica, “costaba”!! Así que Jesús decidió apoyarse en mí para subir y a mí me entró ataque de risa que por suerte alguien pudo inmortalizar porque es genial!!!
Ya arriba nos dividimos por parejas para instalarnos en las habitaciones, y nos quedamos en la terraza un rato disfrutando del paisaje y haciéndonos fotos mientras comíamos y ordenábamos todo. Y después nos pusimos en marcha para hacer la primera excursión por la zona, de un par de horitas, acompañados de 4 guías. Para mi gusto, IMPRESIONANTE! Pasé un calor de flipar, pero pensar que estás dando un paseo por mitad de la selva como si fuera lo más normal del mundo… aún hoy me impresiona. Equipados con nuestras mochilas y botellas de agua, calcetines por encima de los pantalones para protegernos bien, y cada uno con un palo en modo bastón para ayudarnos por el camino, fuimos disfrutando de las explicaciones de los guías sobre los árboles que pasábamos, ruidos a nuestro alrededor, nidos de insectos, cómo teníamos que reaccionar si nos cruzábamos con algún animal (a los gorilas por ejemplo no se les puede mirar de frente), y todo lo que nos encontrábamos por el camino… huellas de elefante, un gorila muerto, lianas… Jaime y Torrente decidieron subir a una mientras los demás les picábamos para que subieran más o saltaran desde arriba, lo que provocó una de las caídas más divertidas del fin de semana (porque hubo muuuuuchas y de todo tipo) bajo la atónita mirada de Santiago, el guía “jefe” que debía estar alucinado con nosotros y nuestras locuras.
Al volver al hotel la mayoría nos fuimos al saloncito que había y nos pusimos a hablar mientras otros caían rendidos y se echaban la siesta un rato! Y después nos quedamos en la terraza hasta la hora de cenar, empezando a comprobar que las picaduras de mosquito allí eran bastante cantosas y nos estaban acribillando.
Esa noche, el menú de la cena fue: ensalada de pasta + MONO. En el momento nos hizo mucha gracia probarlo… pero días después la mayoría de nosotros comprobamos que el efecto que había tenido en nuestros estómagos no era tan positivo.
Un grupito decidió repetir la excursión que habíamos hecho por la tarde, pero ya por la noche. Lo mejor: el modelo = pijama debajo!!!
El domingo sin embargo nos esperaba una palicilla un poco mayor… Gabriela no se encontraba bien y decidió quedarse en el hotel esperándonos, y cuando estábamos empezando a adentrarnos un poco en el camino Pablo también decidió volver y quedarse en el hotel junto a Gabriela. El resto, y pese a que algunas como Mar y yo pensábamos que íbamos a morir ahogadas en las cuestas, nos pusimos en marcha por un camino bastante más largo y complicado que el día anterior. Santiago no paraba de contarnos anécdotas e historias sobre los árboles guineanos mientras Álvaro Torrente hacía fotos a absolutamente todo lo que se encontraba, Borja grababa, Carol y Jesús recogían hojas y frutos que se querían llevar de recuerdo… Tras bajar a resbalones, estuvimos un rato sentados delante de una cueva de murciélagos, y más tarde dejando las iniciales de la Fundación escritas en un árbol de un mirador. Nereida se hizo daño y Alviro y Jaime ejercieron de camilleros mientras Mar cantaba sin parar de vuelta al hotel. Haber resistido hasta el final fue un verdadero logro para nosotras.
Comimos, recogimos y nos subimos a las furgos para poner fin a una visita que nos había dejado agotados pero llenos de energía para afrontar una nueva semana.
Ya en Bata algunos se quedaron dando una vuelta por la ciudad, mientras otros volvíamos al cole y aprovechábamos para ducharnos, preparar la cena, y yo para escribir mail resumen de toda la semana a la Fundación y que pudieran avisar a las familias de que estábamos todos sanos y salvos, y disfrutando como enanos.