Querido amigo,
Como buen lector de mi batiburrillo que eres, me imagino que te sonará el título «momentos para fotografiar». Lo copié de una película «rara», que se llama Elizabethtown, y hace referencia a esas situaciones que me gustaría fotografiar en su conjunto y almacenar en mi memoria para siempre; con sus colores, sonidos, la luz, temperatura, emociones… con todo lo que las componen.
Muchas veces he compartido mis «momentos para fotografiar», tanto en el blog como en mis redes. Y recientemente he vivido dos que tienen que ver contigo (porque una situación lleva a la otra), que también me apetece compartir.
Momento para fotografiar 1: Voy en el coche, sola. En realidad vuelvo de resolver un tema del trabajo, por una carretera que me resulta cómoda y familiar. Ya ha oscurecido y casi no hay coches a mi alrededor. Y estoy contenta. Relajada, como cuando terminas de hacer ejercicio y el propio cansancio te hace sentir bien. No siempre, pero por norma general me gusta conducir, y hacía tiempo que no lo hacía así. Voy con mi ventana un poco bajada (siempre, aunque haga frío) y escuchando el último disco de Miriam Rodríguez, en particular una canción que se llama «No sé quién soy». Soy consciente de que estoy disfrutando el momento. Y de repente viene a mi cabeza la última vez que nos vimos, que fue el Momento para fotografiar 2. Sonrío, siento la necesidad de contártelo. Pero en realidad va más allá, noto que en mi cabeza empiezan a fluir temas… y me inspira una nueva idea para mi blog.
De ahora en adelante, en mi batiburrillo también se podrán leer «CARTAS A»… distintas personas que me inspiren algo que, al ser compartido, pueda aportar.
Curiosamente, y como conté justo en mi blog anterior, en un año en el que me sentí tan bloqueada para escribir, lo único que seguí escribiendo fueron cartas. Así que supongo que, para mí, ese contenido tan personal que se comparte en una carta es lo que hace que todo fluya con más facilidad.
Momento para fotografiar 2: Lunes. Hoy no tengo reuniones por la tarde, así que salgo de trabajar medio pronto, y me dirijo a tu casa. Andando, y aprovechando para mandar audios (como casi siempre que voy andando a algún sitio). Y cuando llego, tú sigues en un evento online de tu trabajo, así que me siento a tu lado hasta que acabas. Intento escuchar y concentrarme en la charla, porque conozco el tema y se que me puede gustar. Pero en realidad empiezo a quedarme… no dormida, pero algo así. Voy bajando revoluciones y me relajo automáticamente. Y no es por aburrimiento. Es sensación de comodidad y paz, de estar «en casa».
Luego bajamos a tomarnos unas cerves a un sitio repe, al que también le voy cogiendo el gusto. Y aquí es donde llega lo BONITO y mi reflexión correspondiente.
Quizás sea una rara o me pase de exigente, pero nunca me ha gustado la idea de que con los buenos amigos, aunque pase mucho tiempo sin verse o hablar, todo sigue como siempre. Me parece la auto-excusa de quién sabe que no está en el día a día (que no me parece mal tampoco, es imposible abarcar todas las amistades al mismo tiempo y al mismo nivel de implicación). El cariño puede seguir intacto, y todo lo vivido juntos no desaparece. Pero, en realidad, es imposible que todo siga «como siempre» porque la vida continúa, y nos siguen pasando cosas que también nos van cambiando a nosotros.
Creo que una buena amistad hay que cuidarla y para eso hay que estar «presente» en la vida del otro, de la forma en que se pueda. Hay que participar de sus alegrías, sus penas, sus miedos, sus pensamientos. Hay que compartir hobbies, momentos, risas, dudas… Hay que alimentar esa amistad!
Por eso, te confieso que me daba bastante miedo que según pasara el tiempo, y al haber pasado de hablar varias veces al día a tener agendas tan distintas, nos convirtiéramos en esos amigos que cuando se ven o hablan tienen que ir completando un checklist: familia bien (tick), salud bien (tick), amor regular (tick), trabajo a ratos (tick)…
Sin embargo, el otro día comprobé, una vez más, que nosotros no estamos en ese punto. Nos contamos anécdotas tontas y graciosas que nos han pasado últimamente, compartimos un feedback bastante acertado que siempre ayuda a crecer, y por un rato volvimos a ser niños, admirando su mezcla de madurez e inocencia. Niños… que nos recuerdan la importancia de lo cotidiano, de lo simple, del valor de lo pequeño, de la confianza que se crea con el tiempo.
Y al final, me fui sin haberte preguntado por un montón de cosas y sin haberte contado otras tantas que se me ocurrieron de camino a casa.
Pero me fui feliz, tranquila, con la certeza y seguridad de quiénes somos. De lo que nos ha costado, y lo que nos cuesta mantenernos «al día» y presentes, y de que aún así nunca perdemos la ilusión y las ganas de seguir AHÍ para el otro.
Y algo así, amigo, vale ORO!
Así que, desde este blog y la fortuna de vivir momentos tan reveladores, deseo que quién lo lea cuide y disfrute de sus amistades tanto como nosotros.
A.