“Leerte me da ganas de seguir escribiendo”
Fue él quién lo dijo.
Fui yo quién lo pensó.
Así terminaba hace unos días mi conversación con un gran amigo.
Y es que Diego, uno de los voluntarios que vino conmigo a Guinea Ecuatorial el segundo año que organizamos allí voluntariado y que hoy ya ocupa un pedacito de mi alma, está escribiendo un blog que es una auténtica PASADA. Una inspiración para todo aquel que disfrute viajando, escribiendo, o a través de la fotografía. Uno de esos blogs que te transportan, con los que te sumerges y acabas convirtiendo en tuya su historia… Ya avisaré cuando lo tenga “oficialmente” publicado, para DISFRUTE (así, en mayúsculas) de todos.
Compartiendo tan profundamente esas 3 aficiones con él, al terminar de leer su testimonio sobre la experiencia que vivió en Guinea retomé mi idea de escribir la mía. Un amor por África que empezó sin proponérmelo, sin siquiera haberlo imaginado, sin ser lo que nadie hubiera esperado de mí… y que ha acabado haciéndome llorar mientras leo cualquier texto que describa el color de su tierra, los olores, el calor pegajoso que sientes una vez bajas del avión, la sonrisa de su gente, incluso el ritmo al que viven (cosa que conociéndome, en cualquier otro caso sería la principal causa de mi desesperación y sin embargo allí me parece clave).
Pero empezaré por el principio.
En el año 2009 empecé a colaborar con la Fundación Lo que de verdad importa (por aquel entonces ADEMÁS Proyectos Solidarios) como voluntaria. Había acabado la carrera, me estaba dando un año sabático, y me disponía a empezar a buscar trabajo cuando uno de mis primos me comentó que María, la directora de la Fundación y tía nuestra, necesitaba ayuda para realizar las inscripciones a sus congresos.
El año anterior había asistido con él al congreso de Madrid y me había quedado completamente conmovida con las 5 historias que escuché, pero en especial con la de Jaume Sanllorente y Pedro García Aguado. Recuerdo pensar mientras les escuchaba “algún día yo también trabajaré aquí”, y más aún cuando terminé de leer el primer libro de Jaume (hiper–recomendable por cierto: “Sonrisas de Bombay, el viaje que cambió mi destino”)
Pero se quedó en una idea que hasta ese momento en que hablé con mi primo no me había vuelto a cruzar la cabeza.
Ahora me ponían la oportunidad en bandeja. Así que hablé con María, y después de perderme por el polígono en el que tenían la oficina (muy típico de mí) el primer día, empecé a ir como si fuera un trabajo oficial, todos los días y cumpliendo un horario. En principio era sólo para un mes, pero fue pasando el tiempo, me fui enamorando de sus proyectos… y me quedé. Pero eso es otra historia.
El caso es que a mediados del año 2010 sucedieron dos cosas: por una parte, Jaime, uno de los colaboradores de la Fundación, viajero empedernido y algo experimentado en el tema (por aquel entonces ya había empezado a dar la vuelta al mundo) había propuesto en alguna reunión que organizáramos un Camino de Santiago con voluntarios para hacerlo a caballo… seguramente incluyendo alguna idea loca de las suyas. Y por otra parte, después de que María llevara meses recibiendo mails de un tal P.Willy que pedía ayuda para su colegio de Guinea Ecuatorial, el protagonista de estos correos apareció en la oficina.
Oscuro como la noche, con la sonrisa más contagiosa y sincera que he visto en mi vida.
Venía con una bandeja de frutas de caoba en las manos, como regalo. La bondad hecha persona.
Recuerdo acompañarle al autobús ya en aquella primera visita. Quizás sería una primera señal del destino de que aquel proyecto sería “MI” proyecto…
Después de nuestro encuentro, nos pusimos a “diseñar” un voluntariado que llevaría muchos meses de preparación, documentos (el primer dossier que hacía sola), investigación, mails con el “PADRE” Willy (por fin sabíamos que quería decir aquella P.), búsqueda de financiación… y que acabaría con un viaje de Jaime y ¿? alguna de nosotras para ver en primera persona el lugar al que más tarde llevaríamos a voluntarios, qué actividades se podían hacer, cuáles eran las necesidades reales…
No recuerdo muy bien en qué momento esas interrogaciones pasaron a ser “ALE”, pero sí que el viaje estaba programado para principios del año 2011. Jaime iba a aprovechar su ruta por África para acabarla en Guinea, donde yo me uniría con él y volveríamos juntos. Pero no se si fue otra vez el destino, o en lo que cada uno elija creer, quién decidió que ese no era el momento.
Yo no pude ir porque tuve un accidente con el coche (nada grave, pero lo suficiente como para que ese viaje fuera una locura), y Jaime tampoco llegó nunca a Guinea… aunque eso forma más parte de su historia que de la mía.
Así que tuvimos que aplazarlo.
La verdad es que ahora que lo pienso tranquilamente, y viendo lo que nos costó después conseguir los visados, me doy cuenta de que tampoco lo teníamos muy bien preparado en ese momento.
Está claro que cuando las cosas no tienen que ser…
Finalmente, tras mucho discutir si ir en junio o septiembre, complicaciones con los billetes, y en especial, mucho mucho mucho luchar en la embajada porque nos dieran el visado a los tres, acabamos yendo en septiembre de 2011 Jess, Jaime y yo. Él salía unos días antes, y nosotras nos uníamos después. Y lo mismo con la vuelta. Coincidimos un total de 5 días allí.
Yo iba muchísimo más tranquila yendo con Jess, por dos motivos. El más razonable; que ella ya tenía experiencia en viajes a África, había hecho voluntariado, tenía bastante más conocimiento que yo de otras culturas, era una chica, y más “tranquila” (por decirlo de alguna manera) que Jaime.
Pero el motivo de más peso y que más me agobiaba a mí, y que ya le había dicho a principios de año a él cuando nos íbamos a ir los dos solos, era que sentía que estaban mandando a LA PRINCESITA con INDIANA JONES. Y aclaro esto…
No es que yo me considere ninguna pija-ñoña. Pero si soy realista, este tipo de viajes no me pegaban nada. Lo más “fuera de lo normal” que había hecho hasta entonces era el camino de Santiago con mi amiga Ale (compañera incondicional de viaje) y el Interrail por Europa del Este (también con ella).
Que no está nada mal, son dos aventuras distintas a pasar el verano tirada en la playa tomando el sol o en una casa de campo con mi familia, que era lo que conocía hasta entonces.
Pero nunca había querido hacer algo relacionado con la Cooperación, no me habían interesado los viajes a África, Asia… otras culturas…
No sabía dónde me estaba metiendo, vamos!!
Y mi compañero iba a ser una persona con la que por aquel entonces tampoco tenía una gran amistad, nos conocíamos lo justo, y además estaba acostumbrado a viajar solo, daba igual que fuera en coche, andando, en bici… y había recorrido un porcentaje bastante alto del mundo.
CONTINUARÁ…